La victoria del jazz
En 1938 la Alemania nazi hizo publicó una serie de normas en cuanto a la música que debía sonar en las salas de baile.
El documento era de carácter obligatorio, y constaba de puntos tendientes a mantener alejados los “excesos negroides” y los “aullidos judeo masónicos” de la juventud del Tercer Reich.
Las piezas con ritmo foxtrot (el así llamado swing) no debe exceder el 20% del repertorio de orquestas ligeras y bandas de baile, rezaba la primera de las 10 directivas escritas.
Seguía con delirios tales como que el repertorio debía contener composiciones en clave mayor que expresen alegría, en lugar de letras sombrías de judíos.
El cuarto punto, y uno de los más llamativos y contradictorios, decía: “Las composiciones del así llamado jazz deben contener como máximo 10% de sincopa, el resto deberá consistir en un movimiento legato natural desprovisto de los reveses rítmicos histéricos característicos de las razas bárbaras y vehículo de oscuros instintos ajenos al pueblo alemán.”
Estaba prohibido utilizar “instrumentos ajenos al espíritu alemán”, los solos de percusión, el contrabajo debía tocarse con el arco (prohibido terminantemente hacerlo digitalmente), las improvisaciones vocales y quedaba restringido el uso del saxofón.
Este grado de locuras se observaba férreamente dentro de los locales bailables, donde el jazz estaba más visto y era denostado.
Curiosamente o no, los nazis perdieron la guerra, entre otros, a manos de unos tipos que sí escuchaban jazz. Y, además, lo bailaban y lo disfrutaban sin disimularlo.
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